
Probablemente el pariente más cercano del lebrel se remonte a una raza de perro procedente de los pueblos nómadas del Oriente Próximo; escogidos por sus valiosas y grandes características, las primeras representaciones pictóricas que tenemos son del templo de la ciudad de Çatal Huyuk (Turquía, 6.000 a. C) y un vaso funerario procedente de Irak (Susa, 4.000 a. C).
Éstos únicamente eran reservados para la alta jerarquía y fue la raza de perro predominante entre los faraones. Muchos de ellos, como por ejemplo Antefaa II, Tutmosis III o el mismísimo Tutankamón se enterraron junto a sus galgos. Era tan alta su estima que el nacimiento de un lebrel era lo más celebrado tras el nacimiento de un hijo.
Los lebreles favoritos vivían en casa junto a su familia humana y los demás, cientos de ellos, vivían en confortables cheniles vigilados por personal de confianza. Estos cuidadores disfrutaban de una posición privilegiada dentro de la sociedad.
Eran muy apreciados por los hijos de los faraones y en sus salidas a través del Nilo eran transportados en sus barcazas y cuando viajaban a través del desierto eran transportados a lomos de los camellos.
Estaban protegidos legalmente contra la persona que los quisiera asesinar, y quien lo hiciera o lo intentara era condenado a muerte.
Los galgos estaban destinados a ser asistentes en las cacerías, en las guerras y como guardianes en los templos, nunca fueron perros pastores y tampoco se comerciaba con ellos, al contrario, siempre eran entregados como un honorable presente cuando iban a visitar países extranjeros.
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